IZERTIA itsas antzertiola /El teatro y el mar

IZERTIA itsas antzertiola /El teatro y el mar
Joana y los argonautas

HERMANAS / AHIZPAK

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Maite Agirre

MOLLY BLOOM lur eta haragia TIERRA Y CARNE

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"...es la fecundidad, la generación eterna, màs fuertes que todas las desesperaciones" Alejandra Crespín

DOLTZA

Mystikal

Mystikal
Mystikal se presentó el 30 de octubre de 2010 dentro de la XVII Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, en el Teatro Victoria Eugenia, en un preestreno al que asistieron infinidad de personalidades el mundo del espectáculo, la cultura y la política.

PUTZUAK LEHORTZEN

Celestina nos cuenta la historia de amor de Calixto y Melibea, en una sabrosa y fresca propuesta es

Celestina nos cuenta la historia de amor de Calixto y Melibea, en una sabrosa y fresca propuesta es
¡puta vieja alcahueta celestina! es más que un espectáculo, es un proyecto que se desarrolla a través de experiencias de mestizaje e intercambio teatral en diferentes realidades culturales o teatrales. Ha viajado por Mozambique, Cuba, Colombia, Perú, Méjico, ha vuelto a Lima y nuevamente en Colombia y Argentina.

3.6. RAMON Y RAMONA / SECANDO CHARCOS

En Ramón y Ramona Maite Agirre explora otro tipo de teatro, de formato más “tradicional”, cerrando la “cuarta pared” y abandonando la metateatralidad y la participación festiva del público, a quien se ofrece, en cambio, asistir como observador (sin otros estímulos que lo distraigan), a un enfrentamiento entre un hombre y una mujer tenso, denso, doloroso y electrizante, que puede traer el recuerdo de obras como Casa de muñecas, de Ibsen, o Carta de amor (Como un suplicio chino), de Arrabal, textos narrativos como Revolucionary Road, de Richard Yates o La escala de los mapas, de Belén Gopegui, o –como indica la propia autora– una película como Secretos de un matrimonio, de Bergman.
Agirre especificó el sentido de su obra, describiéndola como «Una pareja de hoy en día, un hombre y una mujer que miran sus vidas desde su juventud hasta su madurez, preguntándose sobre el amor, sus sueños, lo que cada uno es..., lo que esperaba cada uno para su vida personal, también para su vida juntos, desde el compromiso, la apuesta por hacer realidad tu vida, el amor por aquel sueño de juventud, etc. («“El gran milagro del teatro”, 2010). En la acotación donde se indica la acción de Ramona modelando el cuerpo de Ramón y su sentido, la autora habla de «la relación ambigua y dolorosa de Ramón y Ramona», también de que la suya es «la historia de un hombre y una mujer, una historia que habla de su ternura, su insensatez, su grandeza, su mediocridad, su generosidad, su soledad, su búsqueda...».
La obra está estructurada como un flash-back, que presenta el recuerdo de Ramona, a punto de irse, de lo que acaba de suceder en su cena de despedida «romántica» con Ramón, su pareja durante 16 años. Sobre este recuerdo –presentado de forma realista– se abren momentos de cierta irrealidad para mostrar el interior de Ramona y Ramón (con monólogos líricos que recuerdan a Virginia Woolf) e, incluso, anticipaciones del viaje en avión en que la mujer se irá lejos y la carta que habrá dejado para Ramón.
Se trata de una cena íntima que ambos proponen hacer «mágica», hermosa, única, inolvidable, desinhibiéndose y recuperando una alegría festiva hecha de abundancia de sexo, comida, bebida, risas, gritos, llantos, falta de normas y ataduras, y donde tenga cabida un egoísmo hedonista. Una especie de compensación por la pérdida y la represión, la «reducción» que ha ido suponiendo para ambos su relación. Pero esa propuesta incluye también, o no quiere evitar, hablar de ellos mismos, analizar el fracaso de su relación, reprochar al otro sus defectos y defenderse de sus reproches, y plantear un futuro separados, desde el dolor y la nostalgia por la pérdida y unos celos prospectivos.
La situación de partida y la relación de fuerzas entre ambos personajes va cambiando a lo largo de la noche: de un cierto equilibrio en el comienzo, donde intentan colaborar para construir su noche mágica (al tiempo que parecen tentar el terreno para la esgrima y se les escapan los primeros arañazos), se pasa al desequilibrio producido por el anuncio de Ramona de su embarazo, que descoloca y exaspera a Ramón y lo pone en una defensiva agresiva; es el momento de los reproches mutuos, también de las confesiones íntimas (el miedo a ser abandonado, el miedo a ser herida) y del erotismo como último asidero, que parece sosegar de nuevo la situación: un momento de erotismo, cargado al principio de ansiedad y lastrado por el fracaso, que termina siendo festivo, de caricias y juego, de desnudo físico que ambos pretenden sea también emocional. Pero la incapacidad de Ramón para aceptar la maternidad de Ramona o, más bien, que ese hijo no sea suyo («Un hijo que no es mío es para matarte») realimenta la tensión y los reproches hasta que, ya calmados, se despiden entre insultos más o menos cariñosos, quedando Ramón abatido.
La obra descansa en el diálogo y fía en él su efecto. Se trata, por tanto, de un intercambio verbal significativo y eficaz que lleva en sí el contenido de la obra, de las dos miradas sobre el mundo y sobre la relación de pareja y que debe recargarse y relanzarse constantemente para mantener una intensidad que ya es alta desde el comienzo. Todo contribuye en él al enfrentamiento y a la tensión, con la peculiaridad de que, a pesar de la ruptura, sigue habiendo cariño y pena y rabia por haber llegado a ese final; a los dos les duele el fracaso y la derrota y la culpa del otro y la responsabilidad propia. Lo monotemático del diálogo, centrado en los asuntos sentimentales, parece atenuarse en algún momento con la entrada de otros “motivos”, sobre todo con los propios de la situación de cocinar y comer (la sal, el engordar o no, la celulitis, las cremas de belleza como máscaras...), aunque pronto se conducen también al cauce principal, como munición para el combate. Y lo mismo ocurre con algunas quiebras en el diálogo que parecen servir para cambiarlo de dirección o hacerle perder una intensidad dolorosa, cuando en realidad sirven para intensificarlo y descolocar al interlocutor (como cuando Ramona, después de anunciar que está embarazada, dice de inmediato que los chipirones se están enfriando).
Lo que se dicen Ramón y Ramona mientras cocinan y comen y tratan de amarse, va poniendo de manifiesto la forma de ser de cada uno de los dos, las expectativas que tuvieron, y su decepción por el fracaso de la relación. Ambos parecen haber tenido la lucidez suficiente para mirarse en el espejo y reconocer su nueva condición: Ramona –que es quien lleva la iniciativa de la ruptura– ha visto en él a una nueva mujer que necesita dejar atrás esta etapa de su vida, donde sus expectativas de tener «una vida intensa» y no traicionarse nunca están fracasadas en una relación que, si ha sido hermosa, ya está agotada («vaciada») y les causa dolor. Ramón, descolocado, dice también haber descubierto a un hombre libre, pero no hay convicción en su discurso y el desarrollo de los acontecimientos en la noche lo irá mostrando confuso y desbordado.
El diagnóstico que hacen del fracaso indica que han sido incapaces de conservar su amor porque no se han aceptado tal como eran y se han ido encerrando en sí mismos, desde el orgullo, perdiendo ilusión y contacto. Abundan los reproches mutuos a lo largo de esta cena catártica, lanzados tanto desde la calma como desde la tensión y la exasperación. Ramón le reprocha a la mujer una cierta tendencia a encerrarse en sí misma y a controlarse en exceso (después de un momento inicial de vitalidad desbordante), además de ser orgullosa y su peor enemiga. Ramona reprocha a su pareja justamente lo mismo: orgullo y encerramiento en sí mismo, además de una tendencia (que tilda de masculina) de controlar a la mujer, o sus otras amantes o dar excesiva importancia al éxito en el trabajo entendido de forma competitiva y ligado a un estímulo sexual. Pero también hay aceptación de las culpas propias, sobre todo por parte de Ramón, que termina reconociendo haberse sentido descolocado y desbordado, anonadado por la entrega inicial desinhibida y total de Ramona, incapaz para quererla de ese modo, incapaz, siquiera, de aceptarla así, sin reservas, dado que él no estaba en disposición de corresponder de la misma manera. Algo que, en el repliegue y la reserva, conllevó el desconocimiento de cómo es, realmente, el otro, lo que los desasosiega especialmente esa noche: no haber sabido, querido o podido acceder al fondo verdadero de su pareja y también el miedo de quedar ahora al descubierto, sin defensas ante el otro y aflore algo de ira y de rencor: los de Ramón por el embarazo de Ramona, los de ésta por la incomprensión machista de aquél. La mirada hacia el futuro hace aparecer en la conversación algunas expectativas, algo enturbiadas por lo complejo de la situación. Ramona se plantea tener una nueva vida «diferente, distinta, mejor», decidida, además, únicamente por ella, amar, escribir y no suicidarse y (aunque disuene) no soñar. Ramón –que va a remolque en casi todo en esta despedida, ya que no la acepta– dice que desea desprenderse de todo lo que le ha estorbado y le ha maniatado, aunque no sea capaz de especificarlo.
La escenografía de esta obra es sencilla (cocina americana con saloncito), pero no es fija: «aparece y desaparece»; el suelo se convierte en un espejo que refleja a los actores, en un intento de potenciar un motivo básico de la obra: la indagación sobre la identidad de los personajes. La música se reduce en este caso a una canción que suena en la radio y que mueve a Ramona a bailar y, sobre todo, a un vals que funciona como un indicador en la acción y suena en el comienzo y en el centro de la obra, momentos en los que Ramón y Ramona bailan de forma cómica (ella risueña, él patoso y tragicómico), buscándose y encontrándose en sus cuerpos[10].

[10] La puesta en escena definitiva –tal como me informa la autora– se realizó con 2 actrices y 2 actores siendo Ramón y Ramona jóvenes y Ramón y Ramona adultos, mirando así su pasado desde las experiencias de la juventud (como en Bilbao. Lauaxeta, tiros y besos). La música finalmente también se realizó en directo con la actriz Inés Martínez de Iturrate que la compuso y la tocó en directo con instrumentos como el chelo o el acordeón.