La propuesta de Maite Agirre como autora está en concordancia con su formación, su concepción del teatro (y de la vida) y su práctica teatral. Es la propuesta de una apasionada por el teatro, entendido como forma de indagación en la vida y de relación con los demás. Agirre pretende proponer al público otra visión del mundo y de la vida distinta a la “oficial”, a la que ha impuesto el hábito burgués como “natural” o única posible y que es claramente insatisfactoria y deficiente. Su teatro, de ese modo, se convierte en un lugar para la participación y la reflexión que apunta sustancialmente a la forma[1]. Agirre, que se define a sí misma como «una mujer que se relaciona con los demás a través del teatro», manifiesta también que le «gusta profundizar en los retos, sin pasar por ellos como el vuelo de una mariposa.»[2] Su poética es la del taller o el laboratorio teatral: preguntas, investigación, exploración, inquietud, riesgo; una actitud contraria al inmovilismo, basada en las tentativas, en el ensayo. El teatro es visto por Agirre, en este sentido, como lugar de encuentro de propuestas diversas, diferentes, incluso opuestas, que pueden dialogar y enriquecerse con ese diálogo, que pueden incluso llegar a armonizarse. Destaca en buena parte de su teatro la propuesta lúdica desde el que se piensa y desarrolla, tan radical que deja los espectáculos abiertos a la reescritura, al cambio, a la adaptación a un determinado público y a un lugar determinado, a la colaboración y al mestizaje con grupos de otros lugares (Mozambique, Chile, Méjico...).
El teatro es concebido por Agirre como un espacio y un tiempo mágicos, un paréntesis subversivo en la sujeción del ser humano a la servidumbre de la realidad fáctica donde es ineludible el respeto y sometimiento a sus condiciones y al orden establecido. Por ello, la libertad (un claro impulso de libertad), impregna el hecho teatral de Agirre, permitiendo, entre otras cosas sustanciales, la ruptura constante de la «cuarta pared», la inclusión del público en el devenir de la acción y la carnavalización de buena parte de sus propuestas.
[1] Como decía la autora en una entrevista: « La modernidad tiene que estar en el lenguaje, no tanto en las historias, ¡pero si siempre hablamos de lo mismo, de amor, muerte y sexo!» («Secando charcos. Una obra sobre el amor»).